miércoles, 30 de diciembre de 2009

Perfume

¿Cuánta capacidad de poder puede tener un perfume? ¿Tan importantes pueden ser sus efectos? Por simple que pueda parecer, la atracción de este elixir es inmensa. Un aroma puede sugerir sensualidad, dulzura, frescura, y dejar una huella imborrable en otra persona. Nuestro perfume puede ser nuestra referencia más personal. Y en eso, la Historia no se equivoca.

Ya en la Antigüedad, el hombre honraba a sus Dioses quemando maderas aromáticas para extraer un humo perfumado que complaciese los deseos de estos seres inmortales; de ahí el origen de la palabra perfume, “per fumum”.

Los Egipcios, pueblo dedicado a la artesanía y al culto del cuerpo y las divinidades, fueron los primeros en fabricar fragancias artesanales y la cultura árabe se encargó, siglos después, de refinar este producto con el hallazgo del alcohol, gracias al cual los aceites olorosos desprendían mejores perfumes.

La ruta de las Indias y el descubrimiento de América supusieron un impulso para la creación de perfumes al multiplicarse las materias primas de las que obtener los aromas. Y este crisol de culturas lanzó definitivamente el perfume a nuestras vidas.




Un objeto de deseo

Aunque hoy en día el perfume supone un complemento para el aseo personal, desde siempre ha estado relacionado con otras artes más sofisticadas y misteriosas. Desde leyendas en las que se creía que determinadas fragancias ahuyentaban las enfermedades contagiosas como la peste y el cólera, a recetas afrodisíacas en las que el perfume jugaba un gran papel para el juego de la seducción.

Tanto es así que los grandes iconos de la belleza y voluptuosidad de tiempos pasados como Cleopatra o María Antonieta fueron grandes aficionadas a la cultura de los perfumes.

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