Ya en la Antigüedad, el hombre honraba a sus Dioses quemando maderas aromáticas para extraer un humo perfumado que complaciese los deseos de estos seres inmortales; de ahí el origen de la palabra perfume, “per fumum”.
Los Egipcios, pueblo dedicado a la artesanía y al culto del cuerpo y las divinidades, fueron los primeros en fabricar fragancias artesanales y la cultura árabe se encargó, siglos después, de refinar este producto con el hallazgo del alcohol, gracias al cual los aceites olorosos desprendían mejores perfumes.
La ruta de las Indias y el descubrimiento de América supusieron un impulso para la creación de perfumes al multiplicarse las materias primas de las que obtener los aromas. Y este crisol de culturas lanzó definitivamente el perfume a nuestras vidas.
Un objeto de deseo
Aunque hoy en día el perfume supone un complemento para el aseo personal, desde siempre ha estado relacionado con otras artes más sofisticadas y misteriosas. Desde leyendas en las que se creía que determinadas fragancias ahuyentaban las enfermedades contagiosas como la peste y el cólera, a recetas afrodisíacas en las que el perfume jugaba un gran papel para el juego de la seducción.
Tanto es así que los grandes iconos de la belleza y voluptuosidad de tiempos pasados como Cleopatra o María Antonieta fueron grandes aficionadas a la cultura de los perfumes.